lunes, 26 de diciembre de 2011

Globos de colores




Me duele la cabeza insoportablemente, debe ser porque tomé tanto aguardiente anoche o porque hace tres días que no puedo dormir con dignidad o porque hace tres días permanezco despierta con insomnio, el mejor amigo de los ansiosos, los deprimidos y los viciosos. Me duele la cabeza de los ojos para arriba y casi llegando a la nuca, podría asegurar una migraña pero me da flojera pensar en las causas de este mi dolor. Desafío entonces los 29°C de Chiclayo dándome una ducha. El agua aplasta mis ojos como a dos huevos y sin querer (o tal vez queriendo) comienzo a beber del agua que resbala por mi cara, es una sensación tan placentera que me distraigo del dolor mío y pienso en las cataratas del Niágara, en la piscina del condominio de Riverhead, en la playa de Hampton Bays cuando Miao y Wu vieron por primera vez el océano Atlántico. De pronto el agua fría que cae sobre mi cabeza se vuelve un poco menos fría, menos fría hasta ponerse tibia, más tibia, casi caliente y a pesar del calor no se siente nada mal. El agua vuelve a ponerse fría y recuerdo que me duele la cabeza. Ya en mi cuarto nuevamente escucho a mis palomas Mona y Lisa cantar o parvear, presiento que las pobres se mueren de calor o de dolor de cabeza al igual que yo, ni modo, darles una pastilla podría ser fatal, no quisiera que se enfermen y mucho menos un sábado por la tarde. Sobre mi cama, con muchos grados Celsius alrededor y el consiguiente dolor de cabeza, no hago más que cerrar los ojos y pensar. Pienso entonces en unos globos que penden del bastante alto techo de una habitación y yo trato de tocarles el rabo pero no alcanzo por más que me esfuerzo; pero los globos están  ahí y con eso ya es bastante, no cualquiera encuentra tantos globos en una habitación desconocida, así que salto y salto para coger alguno de los globos hasta que me doy cuenta que me he quedado dormida y despierto. Entonces vuelvo a pensar y recuerdo que la semana pasada una amiga me llamó y me pidió acompañarla a hacerse un baño de florecimiento. La acompañé entonces y llegamos a la casa de un señor brujo. Era en un lugar muy peligroso y apartado de Chiclayo llamado Puente Blanco. Dentro de la casa, junto a la puerta principal, pude observar una mesa de carpintería. Una voz nos dio la bienvenida y nos hizo pasar, era el Señor brujo que lejos de parecer un chamán supe de inmediato que era el carpintero responsable de las virutas que inundaban el suelo y emanaban un olor tan rico. Silvana, mucho gusto, me presenté. Él también dijo su nombre pero confieso que no lo recuerdo. Muchas veces amigos, amigas me reclaman por no recordar lo que me cuentan y no es que signifique poco o nada, sino que no nací con una espectacular memoria, lo siento. Fuimos tres chicas así que mientras una se daba el baño con flores y azahares las otras dos conversábamos con el Señor brujo. Le hice muchas preguntas respecto a su trabajo las cuales iba respondiendo con bastante humildad. Estaba sorprendida de poder hablar con tanta soltura con un señor tan mayor y por lo tanto tan sabio. A las personas mayormente no les gusta responder tantas preguntas y mucho menos a la gente mayor. Fue tan fluida la conversación que sentí la confianza de contarle algunas cosas personales al Señor brujo y, cosa sorprendente, me escuchó con atención, y de cierta manera me aconsejó diciéndome que haga un par de cosas que no les contaré pero que hice y que no tienen nada que ver con la brujería o los baños de florecimiento. Al cabo de un rato dejamos la casa y fuimos a comer Fruto del Mar, mi cebiche favorito y producto de los dioses marítimos. Eso fue lo que pasó. De nuevo en la cama, siento que el sueño quiere apoderarse nuevamente de mí, y puedo ver la habitación con el techo altísimo y lleno de globos de colores. 



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