domingo, 28 de noviembre de 2010

Carta a Coahuila.



Querida Mayra:

Hoy tuve un día de perros. Bueno, hace dos días que tengo una vida de perros sin saber por qué, o tal vez estando totalmente segura de saber el porque. Disculpa que empiece mi carta de esta manera tan intempestiva, desmadejadamente odiosa y sepultante. Y si digo sepultante es porque imagino que de estar juntas, en la misma ciudad, tendrías algo que contarme en primerísima instancia, lo cual ya sabes prefiero, a toda costa, sobre cualquier prioridad. Pero es una carta y tengo, la ventaja o desventaja, de ser la única en hablar, entonces sepulto sin más remedio tus y mis deseos de que me cuentes cualquier cosa, incluso sobre aquel árabe que conocimos en una discoteca de Dupont Circle.

Hace dos días que sentirme fatal se me ha vuelto una costumbre. Y tú sabes por qué pasa esto. No tengo que decírtelo, verdad? Hace dos noches estaba en casa viendo tv cuando de pronto sentí la imperiosa necesidad de verte, cuestión imposible que me causaba cierta dulce angustia. Veía una película en la que aparecía una mujer policía que trabajaba para un hombre policía postrado en cama, este le daba órdenes por walkie-talkie y la mujer policía acataba sin vacilación cada una de ellas. Entonces fue dirigida hacia un tunel bajo la ciudad de Los Angeles y allí encontró un cadáver, un muerto bien amarradito a una gruesa tubería. Tenía las manos atadas por esposas y las piernas con soga. El rostro lo tenía hecho papilla y la mujer policía dedujo que las ratas había hecho esa parte del trabajo. Luego la mujer policía pone una cara de asco y le dice al policía postrado que quiere irse a casa, pero ella continua y su jefe en vista de que nota el coraje de la mujer y tal vez cierta curiosidad morbosa o malsana en el peor de los casos ingenua, le dice que corte uno de los dedos del cadáver para extraer sus huellas digitales y tener, por decirlo así, más pruebas que los mismos ojos de la policía, quien se niega rotundamente a hacerlo, y claro que no lo haré, piensa ella bastante indignada, y le dice no sé tú pero yo ya me voy, y entonces se va, dejando la investigación del crimen a media caña, como diría una profesora de matemática que alguna vez tuve.
Estaba viendo la película cuando de pronto me aburrió tremendamente, cogí el mp3 y salí a caminar. Estuve escuchando a Christina Rosenvinge, en especial un tema llamado Nana de Agosto, tema que me produce cierta paz, pero me aburre. Así que ya sabes...un poco de esto, un poco de aquello, y de pronto escuché esa canción... te acuerdas? sí, esa.... 'che canción!

Caminé hasta una avenida bien grande y luego doblé a la derecha hasta otra avenida igual de grande, y por último regresé a casa. Cuando estaba regresando escuché una canción que se llama La inocencia primaria del diablo, y la volví a poner diez veces más. Y creo que ese fue el problema, porque esa noche tuve un sueño que me fue difícil recordar, pero que cuando recordé dije la puta madre, no debí, no debí.

Cuando regrese a casa caí rendida a la cama y tuve aquel sueño. Soñé que estaba caminando por una calle muy grande y ancha con muchos carros y semáforos, luces, personas, cafés, señalizaciones, en fin todo normal, casi parecido a aquella estación cercana a tu casa de la que acabo de olvidarme el nombre. La cosa es yo camino con un vaso de café caliente entre las manos y de pronto la calle empieza a hacerse más y más angosta, y las señalizaciones empiezan a caerse una por una pero violentamente, las luces se van apagando poco a poco y empiezo a rezar una oración medio rara que aún recuerdo "Racimos de uva, enfermedades mortales, hacia arriba la montaña con ojos, hacia abajo ríos que lleven al mar, ". Ya no sé si era una oración o alguna clase de conjuro, pero de pronto las pocas luces que quedaban dejaron de apagarse pero quedaron débiles, dándole a todo, o a lo poco visible, una tonalidad sepia. Lo que mejor distinguía eran las dos rayas amarillas en el piso y caminé sobre ellas hacia lo desconocido. De pronto, de entre la oscuridad comenzó a ondularse una sombra, supe de antemano que era un animal. Era un venado, caminaba sigiloso, pero con esos ojos nerviosos y fosforescentes que parecían hablar de verdad. Yo dejé de caminar, me cagaba de miedo y supe por sus movimientos que él se sentía igual. Entonces el venadito, contrario a lo que pensaba, se sentó en el piso con bastante suavidad. Yo también me senté y permanecía inmóvil mirándolo durante un buen rato, sin embargo, cuando menos lo esperaba, el venado se transformó en una rata ploma, grande, de ojos rojos que saltó a mi cuello y me mordió la yugular, provocándome una muerte instantánea, muerte que pude presenciar y durante la cual vi cómo la gris y hambrienta rata se regocijaba bebiendo de mi sangre mientras que mi cuerpo físico yacía pálido y solitario sobre el frío pavimento.

No sé ni cómo desperté, la cuestión es que a hacerlo mis dos palomas africanas descansaban sobre el borde de mi cama. Mona, la más inquieta, picoteaba con indiferencia un botón de mi abrigo. Sonó el teléfono. Era mi novio, estaba en Ecuador dando una conferencia sobre palomas africanas. Me dio los buenos días, le colgué. Apagué el celular. Intenté dormir nuevamente y soñar con la rata y matarla, aun ya estando yo muerta dentro del sueño.

Cuando recibas esta carta, dame una llamada al celular y júrame que nunca apagarás la luz.

Con una hamburguesa de Five guys,



Chivis.







Una novelita lumpen.

Esta tarde leí Una novelita lumpen, novela del gran escritor chileno Roberto Bolaño. Aquí un extracto.

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Una tarde en que no había nada que hacer, en la peluquería, mientras hojeaba una revista encontré un test. Parecía especialmente hecho para mí. La revista se llamaba Donna Moderna y era la primera vez que la veía. Cuando me fui a casa me la llevé y respondí el test.

— ¿Qué opinión te merecen los hombres menores de veinte años?

Son como mi hermano. Eso creo. No tienen trabajo. Una buena opinión.

— ¿Qué opinión te merecen los hombres menores de treinta años?

Ninguna.

— ¿A qué edad te gustaría morir?

Antes de cumplir cuarenta años. A los treinta y seis.

— ¿De qué actor de cine te gustaría ser novia?

De Brad Pitt.

— ¿De qué actor de cine te gustaría ser esposa?

De Edward Norton.

— ¿De qué actor de cine te gustaría ser amante?

De Antonio Banderas.

— ¿De qué actor de cine te gustaría ser hija?

De Robert de Niro.

— ¿Qué actriz de cine te gustaría que fuera tu mejor amiga?

Maria Grazia Cucinotta. (Es extraña esta respuesta, pues Maria Grazia Cucinotta siempre me ha parecido una mujer superficial y egoísta, preocupada únicamente de sí misma.)

— ¿Qué actriz de cine te gustaría ser?

Maria Grazia Cucinotta.

— ¿Conoces a alguien capaz de arriesgar su vida por ti?

No. No conozco a nadie. Además, si lo conociera, haría todo lo posible para disuadirlo. Le diría que no vale la pena poner en peligro su vida por mí. Me mostraría tal cual soy y él entonces ya no querría ni verme.

—Si fueras un pájaro, ¿qué clase de pájaro serías?

Un búho.

—Si fueras un mamífero, ¿qué clase de mamífero serías?

Un topo. O una rata. La verdad es que ya estoy viviendo como rata.

—Si fueras un pez, ¿qué clase de pez serías?

Uno de esos que utilizan como cebo. Una vez, de niña, vi a un pescador en el lago Albano, cerca de Castelgandolfo, la residencia del Papa, que pescaba con una enorme caña de pescar y tenía a su lado un cubo y una caja pequeñita. En el cubo había peces recién pescados, creo que tres, horribles, medio vivos, de color negro arenoso, y en la cajita estaban los cebos que el pescador enganchaba en su anzuelo. Los cebos eran peces diminutos, translúcidos, con tintes de plata. Cuando le pregunté al pescador si los había pescado a todos, éste me respondió que no, que unos, los grandes, eran los padres, y los pequeños los hijos. Y que a los primeros los había, efectivamente, pescado, y a los segundos los había comprado en una pescadería de Frascati. Y que no eran buenos para comer, sino sólo para servir de cebos.

— ¿Qué tipo de accidente geológico te gustaría ser?

Una fosa marina.

—Si fueras un automóvil, ¿qué marca de automóvil te gustaría ser?

Un Fiat de carne. (No es una buena respuesta. En realidad me gustaría ser un coche antiguo, un Lamborghini. Y no salir más de dos o tres veces al año del garaje. También me gustaría ser un taxi de Los Ángeles, con los asientos manchados de semen y sangre. La verdad es que no sé conducir y tampoco me interesan los coches.)

—Si fueras una película, ¿qué película te gustaría ser?

Me gustaría ser Guerra y paz, con Audrey Hepburn y Henry Fonda. La vi hace poco en la tele. Y ocurrió una cosa curiosa: mi hermano y el boloñés se quedaron dormidos. Pero el libio aguantó hasta el final y dijo que le había parecido una película estupenda. A mí también me lo pareció, le dije. Sí, ya me di cuenta, dijo él.

—Si tuvieras que matar a alguien, si no tuvieras ninguna otra opción, ¿a quién matarías?

A cualquiera. Me asomaría a la ventana y mataría a cualquiera.

—Si fueras un país, ¿qué país serías?

Argelia.

— ¿Te consideras una muchacha guapa?

Sí.

— ¿Te consideras una muchacha inteligente?

No.

—Sí tuvieras que matar a alguien, si no tuvieras ninguna otra opción, ¿qué arma elegirías?

Una pistola. Tuve una amiga, cuando aún iba a clases, que decía que le gustaría matar a su novio con una bomba atómica. Recuerdo que eso me hacía mucha gracia, porque no sólo el novio de mi amiga moriría sino también yo y todos los habitantes de Roma y los alrededores, incluso puede que hasta los pescadores de Frascati.

— ¿Cuántos hijos te gustaría tener?

Cero.

domingo, 21 de noviembre de 2010

I





Cuando hay dos, uno traspasa el umbral y el otro mira de lejos. Se piensa entonces en caminos separados, en vias de trenes lejisimas de acercar, en brechas abriéndose paralelamente y separándose hasta formar dos ciudades, dos países, dos continentes bastante diferentes. Entonces se pugna por mandar cartas que se escriben mirando de lejos, y esas cartas no tienen color, como la gente. Cuando hay dos, no es necesario que haya soledad, se fija una estaca en el tiempo de la que penden las manos y de vez en cuando dos o tres perdidos e irreflexivos turistas mueven sin cautela, queriendo dañar tal vez un patrimonio histórico que se les cocina en la nariz. Pero la estaca es inamovible, resiste tanto nieve como lluvia, y sirve tambien para prenderle fuego y bailar a su alrededor.

Cuando hay dos hay también mil secretos en medio, secretos ya revelados y pidiendo descifrarse.





miércoles, 17 de noviembre de 2010

Humanoide





- Me siento como un avestruz.

- De qué hablas, Silvana?

- De eso, que me siento como un gran avestruz de cabeza chica, siento las plumas asfixiándome el tronco, robándome espacio.

- No entiendo, qué clase de conversación es esta?

- Y no debería robarme espacio porque este cuerpo me pertenece, pero siento que los caparazones de plumas pesan demasiado.

- Suficiente, me voy.

- Soy una ave, ave ave ave ave, avestruuuzzzz...

Se cierra la puerta.

- Tengo hambre.




sábado, 13 de noviembre de 2010

Historia









Esta historia habla sobre un hombre que soñaba con ser pájaro. Tenía docenas de anillos perdidos en el patio, y escondía las colillas de cigarros en el jardín. Un perro podría perderse en su casa, un gigante podría estar perdido justamente ahora en su casa. Cuando toca sus ojos se olvida de sus dedos, cuando sus ojos tocan sus dedos, se vuelve ciego. De sus pálidas palabras se puede beber agua y whisky, sol, campanas.








lunes, 1 de noviembre de 2010

cielo



Los racimos celestes
allá arriba en el cielo donde se pinta el cuadro
de una mujer
virgen
o de una niña
sin edad.
Los racimos celestes o blancos.
Si son celestes
son pájaros.
Si son blancos
son nubes.
Lo celeste del cielo
parece fruta,
parece frescura
incluso
en el invierno.
El pintor se pone el pincel
en los labios
y sus pies
son quienes rezan.