jueves, 24 de enero de 2013

La risa que ladra








Me he vuelto a equivocar, y parece que en el fondo veo una risa que ladra.
Ayer tuve una pesadilla que no pude contar y que se me cuece en el cerebro como un puré de amargas habas malholientes.
Hubiese querido tener la longitud de las vías amarillas, sus luces, su ascetismo.
Se me hizo tan difícil traspasar el umbral agreste de lo desconocido y terminé perdiendo como los grandes, como los grandes perdedores.
Pero hay algo que solo sabemos algunos losers: morir.











domingo, 6 de enero de 2013

Sueño cuatrocientosmil





A veces quisiera tener hijos y ser muy pobre y sentir esa felicidad. Pasa que la mayor parte de mi vida me la he pasado aparentando y eso se volvió un juego muy aburrido. Pasa que la mayor parte de mi vida me la he pasado viajando de un alma a otra sin salir de mi cuerpo. Se acaban los veranos y los inviernos y el sol sigue siendo el mismo. Y las solitarias estrellas nos miran desde arriba queriendo moverse y besarnos. En particular una solitaria estrella nos mira y quiere devorarnos a besos. El mar, la playa, la noche son cosas que no pueden estar nunca separadas. Son cosas que se han hecho para narrarse en infinitos cuentos y poemas, para contarse en infinitas bocas. A veces quisiera amar con prontitud y vehemencia y ser una mujer tenaz. A menudo me pregunto... entonces qué hago? Y para decidir tengo que lanzar dados, darle privilegio al azar antes que al raciocinio, porque la verdad ya no sé.
Ayer soñé que la última mordida que le di a mi amado dejaba una huella profunda en él, y que el amor, en vez de deslumbrarse, se retorcía de vértigos, de tanto hecho sobrenatural.






Un poema del 2010





Te vió mi madre
caminando hacia abajo
mi chico extraterrestre.
Solo ver el mar me da calma,
tus ojos de mar.

Te vió esgrimiendo la cabeza
de acero
dentro de los agujeros
insólitos de un planeta,
cavar fosas coloridas,
llamarle cementerio
a un aro reluciente
a un halo de luz
de tu voz.

Ibas dándole a la calle
ese peso mezquino
de tu mano izquierda.
Calma de buey.

Te ha visto mi madre
y yo he visto en el mar
una calma,
una tranquilidad ciega.


sábado, 5 de enero de 2013

Cuentame otro




Mi amigo el escritor contó un cuento sobre zombis, y justamente uno de ellos llevaba tu nombre pero comía uvas todas las tardes, era el zombie más triste de la ciudad.
Al dia siguiente el mundo se acaba y el zombie no sabe qué hacer.
Entonces hace lo único que todos los zombies, desde Lázaro, saben hacer. Levantarse y andar.
Recorre calles y avenidas enormes y vacías, atraviesa ríos de lava y cemento que yacen como naipes desordenados. Encuentra un lavadero con el caño abierto y durante un buen rato, tal vez cinco o diez minutos, contempla el agua cayendo, perdiéndose en la inexistencia de un mundo acabado. Entonces un milagro, porque no podría ser otra la causa, hace que el zombie solitario sienta la imperiosa necesidad de beber agua. Entonces, con los pies desnudos, verdes y viscosos, se acerca lentamente al chorrito de agua...