Me duele la cabeza insoportablemente, debe ser
porque tomé tanto aguardiente anoche o porque hace tres días que no puedo
dormir con dignidad o porque hace tres días permanezco despierta con insomnio,
el mejor amigo de los ansiosos, los deprimidos y los viciosos. Me duele la
cabeza de los ojos para arriba y casi llegando a la nuca, podría asegurar una
migraña pero me da flojera pensar en las causas de este mi dolor. Desafío
entonces los 29°C de Chiclayo dándome una ducha. El agua aplasta mis ojos como
a dos huevos y sin querer (o tal vez queriendo) comienzo a beber del agua que
resbala por mi cara, es una sensación tan placentera que me distraigo del dolor
mío y pienso en las cataratas del Niágara, en la piscina del condominio de
Riverhead, en la playa de Hampton Bays cuando Miao y Wu vieron por primera vez
el océano Atlántico. De pronto el agua fría que cae sobre mi cabeza se vuelve
un poco menos fría, menos fría hasta ponerse tibia, más tibia, casi caliente y
a pesar del calor no se siente nada mal. El agua vuelve a ponerse fría y recuerdo
que me duele la cabeza. Ya en mi cuarto nuevamente escucho a mis palomas Mona y
Lisa cantar o parvear, presiento que las pobres se mueren de calor o de dolor
de cabeza al igual que yo, ni modo, darles una pastilla podría ser fatal, no
quisiera que se enfermen y mucho menos un sábado por la tarde. Sobre mi cama,
con muchos grados Celsius alrededor y el consiguiente dolor de cabeza, no hago
más que cerrar los ojos y pensar. Pienso entonces en unos globos que penden del
bastante alto techo de una habitación y yo trato de tocarles el rabo pero no
alcanzo por más que me esfuerzo; pero los globos están ahí y con eso ya es bastante, no cualquiera
encuentra tantos globos en una habitación desconocida, así que salto y salto
para coger alguno de los globos hasta que me doy cuenta que me he quedado
dormida y despierto. Entonces vuelvo a pensar y recuerdo que la semana pasada
una amiga me llamó y me pidió acompañarla a hacerse un baño de florecimiento. La
acompañé entonces y llegamos a la casa de un señor brujo. Era en un lugar muy
peligroso y apartado de Chiclayo llamado Puente Blanco. Dentro de la casa,
junto a la puerta principal, pude observar una mesa de carpintería. Una voz nos
dio la bienvenida y nos hizo pasar, era el Señor brujo que lejos de parecer un
chamán supe de inmediato que era el carpintero responsable de las virutas que
inundaban el suelo y emanaban un olor tan rico. Silvana, mucho gusto, me presenté. Él también dijo su nombre pero
confieso que no lo recuerdo. Muchas veces amigos, amigas me reclaman por no
recordar lo que me cuentan y no es que signifique poco o nada, sino que no nací
con una espectacular memoria, lo siento. Fuimos tres chicas así que mientras
una se daba el baño con flores y azahares las otras dos conversábamos con el
Señor brujo. Le hice muchas preguntas respecto a su trabajo las cuales iba
respondiendo con bastante humildad. Estaba sorprendida de poder hablar con
tanta soltura con un señor tan mayor y por lo tanto tan sabio. A las personas
mayormente no les gusta responder tantas preguntas y mucho menos a la gente
mayor. Fue tan fluida la conversación que sentí la confianza de contarle
algunas cosas personales al Señor brujo y, cosa sorprendente, me escuchó con
atención, y de cierta manera me aconsejó diciéndome que haga un par de cosas
que no les contaré pero que hice y que no tienen nada que ver con la brujería o
los baños de florecimiento. Al cabo de un rato dejamos la casa y fuimos a comer
Fruto del Mar, mi cebiche favorito y producto de los dioses marítimos. Eso fue
lo que pasó. De nuevo en la cama, siento que el sueño quiere apoderarse
nuevamente de mí, y puedo ver la habitación con el techo altísimo y lleno de
globos de colores.
La primera parte me encantó
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