lunes, 23 de noviembre de 2009

Alfredo Quispez Asin




Su más grande virtud era convertir sus defectos en virtudes. Hombre de pies a cabeza. Toda una mujer. Cruzaba el río de noche mientras la gente dormía. Se le conocía por montar a caballo con la destreza de un pony, como si los animales pudieran hacer deporte.

Le gustaban las galletas bien horneadas, los niños de manzana, la palabra volver y la palabra renacimiento.


Podía contar del uno al diez sin mirar hacia adelante o hacia atrás. Solía decirme que me veía muy vieja para ser tan joven y que la reencarnación, como otros pasatiempos mundanos, es de libre elección, como fumar, engordar, o drogarse. Tenía el cabello largo hasta los dedos y corto hasta la nuca. Cómo olvidar sus grandes ojos fríos? Su frialdad de lápida.


Imagen: S/T - Cesar Moro

sábado, 21 de noviembre de 2009

Querido escamole:
Es una pena que no sepamos leer ni escribir, ni que nos conozcamos de hace años como mucha gente suele hacer. Me fastidia este silencio de escribirte sin saber qué es lo que piensas. Nunca lo sabré. Me fastidian los pies en esta tarde y no porque haya caminado mucho sino por el frío que se acerca sigilosamente. Me asomo a la ventana o a la puerta, y se siente bien. Salgo a la esquina con nada más que una blusa y un pantalón muy fino. Qué idiota y me siento protegida. El clima me abraza por primera vez en la vida. Me gustan los árboles naranjas de aquí afuera, me gusta la calle larga y sonrosada por el otoño. Me da risa pero no me río por el miedo al qué dirán. Me da risa y quisiera reirme con alguien al lado. Se me cae la caspa que pesa sobre mi cabeza. Miro hacia cualquier puerta y regreso sólo hacia aquella blanca que me espera hambrienta. Me guardo en mi cuarto como a un aparato electrónico.
Me encierro en la cama. No podría hablar ahora del clima porque la calefacción te mantiene en una simulación de vida perfecta. Daría cualquier cosa por comentarte esto frente a frente. Me raspa la garganta, pero no hablo.

Me gusta la palabra madreselva. Me gusta la palabra conversar. Me gusta mirar por esta ventana que no tiene mucho que enseñarme. Me gusta pensar en mil palabras raras. Cierro el libro que leo y me quedo dormida, muy triste. A veces pienso que si me gustara mirar televisión la vida sería mucho más fácil.

Te sigo escribiendo y me sigo sintiendo como una lata vacía. Me haría feliz saber leer y escribir a tu lado. Romper hielos con la mano, y cantar una y otra vez canciones sin sentido. Aquí casi no hay ruido y tú nunca lo sabrás. Ni siquiera en mi cabeza hay ruido. Ni moscas, ni alacranes, ni buscador del google, ni mentes brillantes.
Ravioli.

jueves, 12 de noviembre de 2009

Hombre cemento

Aquella vez no te pude mentir: el relato que escribí lo hice recordando cuando caminamos de mi casa al parque, del parque a mi casa. Fumábamos. Soliamos conversar siempre sobre música y nunca sobre trabajo. Me decías que cuando fueras grande, serías médico durante la mañana, guitarrista por la tarde y violador caleta por la noche. Eras un perro, qué lindo perro. No pasó mucho tiempo para que te conviertas en el monstro lila, ese al que veo cada noche en la esquina de mi cuarto, con un libro entre las manos y quien sabe qué traiga en el cuello, algo que brilla mucho y me asusta. Talvez sea sangre, talvez sea lodo.
Siempre te mentí. Eras el hombre más inteligente del mundo.