martes, 23 de febrero de 2010

El perro





Heráclito, el perro, nos lame los pies con amor y sobresalto. Dicha, dirías tú y yo te corregiría, con mi clásica mirada de sagacidad, diciendo que el perro nos lame con miedo. Heráclito se pasea de un lado a otro y lo veo cojear. -Fue por aquella patada verdad? -Cuál patada huevón?- Te veo respirar bastante rápido. Te veo agitada. Mientes. No sudas ni me miras a los ojos. De pronto me miras y, tan cínica, te enfureces. Estás completamente loca por la ira. Tengo ganas ahora mismo de patearte hasta sangrar por lo que le hiciste a Heráclito. A eso le llamas discernimiento? A la violentación de un ser indefenso, incapaz de defenderse, de atacar. Heráclito ha cumplido doce años conmigo. A ti apenas te conozco hace nueve meses. Debería matarte, golpearte, violarte, matarte. Maldita. Ah no, pero eso sí, ahora ya no vuelves a tocar a Heráclito. Cuando pueda levantarme de esta silla de mierda, me las pagas todas, desgraciada. Esta misma tarde que mi mamá venga le dijo que te parta a golpes, que te saque sangre de la jeta y que te tire la plata en la cara, para que se te peguen los billetes a la boca de mamut, esa boca cochina. Y no vuelvas, te dirá. Entonces, mi mamá cuidará de Heráclito y de mí.





jueves, 18 de febrero de 2010

El brujo






El brujo espera la luna.


Sin poesía no es nada.


Se sienta en el pozo.


Profundos sus ojos nadan.


Un sapo le come el alma.


Siente que la noche es joven.


Sus hijas graznan.






...






(Pishtaco me llevas sediento,


bebe mañana que no hay siembra


déjame lluvia,


déjame un revuelco


de estrellas lloronas,


y cómete mi zanja


oscura,


bebe de mi alma).








Imagen: http://www.iquitostimes.com/chullachaqui.htm



martes, 16 de febrero de 2010

VV



Veamos: eran dos arbustos de tamaños más o menos parecidos. Verdes, crujientes, ásperos y llenos de esas hojas verdes no muy delicadas, algo toscas, que cuando las cortas botan una secresión blanquecina y huelen terrible. Uno de los arbustos tenía también incrustado entre las ramas un alambre de púas que, a la vista, lucía como nuevo. El otro arbusto, como te repito era bastante parecido, o casi igual, pero carecía del alambre. Carecía de alambre. Eso sonó como una enfermedad no? O como la situación deplorablemente negativa de una persona, grupo humano o animal. Whatever, la cosa es que precisamente el arbusto con púas estaba al lado derecho de la puerta.




...




Él solía coger el teléfono siempre con la mano izquierda, así tenía libre la derecha para hacer cualquier otra cosa más, menos esperar. Es decir, era un tipo activo y asustadizo. La temblorina, la nerviolina, les llamaba él a sus estados comunes de nerviosismo sin aparente razón. Aquellas eran crisis muy cotidianas y casi siempre las resolvía tomando de dos a cuatro copitas de cañazo macerado en pasas. A pesar de la constancia de este hábito siempre terminaba en el más desolado y avergonzante estado de ebriedad. Salía entonces de casa y llamaba a cualquiera de sus amigos comenzando con un animado saludo de bienvenida y terminando con infundados insultos.




...




Como te dije, del alambre caía alargado un hilillo de sangre fresca, pero en el piso la mancha ya había adquirido un color oscuro y ennegrecido por el viento y el polvo. Hace varias horas que el tipo se metió a su casa llorando y con el celular en la mano.









lunes, 8 de febrero de 2010

La torre




Una torre que se achica a nuestro lado. Una torre alta y blanca. Se confunde entre la ciudad poblada de edificios como una cocina llena de recipientes plásticos. Como un recipiente plástico repleto de arroz blanco, brócoli y pimiento rojo. Esa misma torre nos habla en español. Abre la boca roja y nos besa causando grietas en su superficie. La torre sangra. Su roja boca emana un viscoso líquido de vida. Y nuestras mejillas apenas rozadas por la piedra se ruborizan e inclinan. Me pierdo en tus ojos, esos ojos allá abajo que me miran sin dudar. Oye, la vida es un cuentagotas, tú me lo decías, ahora no te detengas. Y entonces la torre cae de pronto causando estragos en su interior. Se le escapan las entrañas de mármol o de marfil y a pesar de su suavidad recuerdan su pasado mientras caen. Y la torre duerme y sueña con un rebaño de elefantes marchando hacia un tunel que presiente sagrado. Y ya no hay más torre blanca. Ahora es un furioso gigante quien jugaba el ajedrez y ahora se aleja con un caminar inconstante y vacío, se va a la ciudad, me imagino. Se nos cierran los ojos que antes se miraban. Se me cierra el pecho sin sonidos. Dicen que hay un pueblo no muy lejos de aquí donde se puede vivir sin trabajar. Allí nos vemos.