sábado, 6 de abril de 2013

El lector famoso





Héctor López tenía la certeza de encontrarse frente al libro que cambiaría su vida, hecho que esperaba hace bastante tiempo y que había confundido ya cientos de veces con decenas de libros que terminaban, si no por decepcionarlo, por aburrirlo. Es perfecto, pensó fugazmente mientras acariciaba la contraportada de esa extensa novela francesa, le gustaba siempre tocar las contraportadas de los libros porque sentía que tocaba el culito de aquella mujer etérea que sólo existía en su lúgubre imaginación y que anhelaba cada noche. A esa alucinación femenina le había puesto nombre, a esa alucinación le llamaba Rita y es un tema que no tocaremos en esta oportunidad.

Encontró entonces ese libro perfecto que él presentía daría un rumbo distinto a sus monótonos días, de hecho no más comprarlo algo iba a cambiar esa misma tarde, por fin el mundo conocería a Héctor López, el gran Héctor López. López acababa de darse cuenta, en su desvarío de grandeza futura, que no tenía oficio, beneficio, logro, mérito alguno que lo haga destacar de entre la población. Vivía gracias a la renta de una pequeña  casa en su cuadra que había pertenecido en vida a sus padres y que ahora alquilaba a una pequeña familia a quienes no cobraba más de lo mínimo por solidaridad o caridad o tal vez por evitarse problemas. Eso sí, López leía cada tarde de tres a siete y luego veía una que otra telenovela o tal vez no veía nada en la tele, solo hacía zapping entre todos los canales, esa era su diversión.

Un día López va a la librería y ve un afiche que anunciaba un concurso: éste consistía en escribir una revisión sobre el nuevo libro de un famoso escritor francés, y el ganador quedaría impreso en la nueva edición del libro que haría una casa editorial con fines de apoyo los niños pobres. López no era usualmente el tipo de personas que se presenta a concursos pero, cuando se dio cuenta de que se trataba de su nuevo libro de culto, decidió hacerlo luego de pensárselo durante tres días con sus noches, y motivado por su viejo librillo “Metafísica para la vida diaria”.

Un mes después López no era López, era López el corregidor. Ni siquiera él supo cómo ni por qué se hizo tan famosa su revisión que no ganó pero quedó en mención honrosa y fue por ello publicada en la revista de literatura El buitre, junto con otra más. A partir de ello, los escritores locales pedían a López leer sus libros y criticarlos a modo de medida por si iban por el sendero de la literatura prudentemente huachafa de los dosmiles. ¿Y el escritor francés? A él nunca le importaron las críticas. López leía ahora por las tardes y también por las mañanas, haciendo pausas para ir a la panadería o para improvisarse un almuerzo de soltero maduro. Era famoso, ni dudarlo, ese era el cambio que le había prometido esa novelita francesa, esta vez no me equivoqué, ha funcionado, soy importante, pensaba antes de dormir, y luego dejaba que el sueño lo lleve al encuentro de su amiga cariñosa.

El final de esta historia es predecible. Un par de meses más y la apatía  de López le ganaron a sus ansias de fama. Ya no quiso recibir a ningún escritorcillo peliagudo y volvió a ensimismarse en la lectura. Todo fue a partir de que compró una novela de un escritor chileno venido a menos, y ya no quiso salir de su casa ni comprar el pan.



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