Héctor López tenía la certeza de encontrarse
frente al libro que cambiaría su vida, hecho que esperaba hace bastante tiempo
y que había confundido ya cientos de veces con decenas de libros que
terminaban, si no por decepcionarlo, por aburrirlo. Es perfecto, pensó
fugazmente mientras acariciaba la contraportada de esa extensa novela francesa,
le gustaba siempre tocar las contraportadas de los libros porque sentía que
tocaba el culito de aquella mujer etérea que sólo existía en su lúgubre
imaginación y que anhelaba cada noche. A esa alucinación femenina le había
puesto nombre, a esa alucinación le llamaba Rita y es un tema que no tocaremos
en esta oportunidad.
Encontró entonces ese libro perfecto que él
presentía daría un rumbo distinto a sus monótonos días, de hecho no más
comprarlo algo iba a cambiar esa misma tarde, por fin el mundo conocería a Héctor
López, el gran Héctor López. López acababa de darse cuenta, en su desvarío de
grandeza futura, que no tenía oficio, beneficio, logro, mérito alguno que lo
haga destacar de entre la población. Vivía gracias a la renta de una
pequeña casa en su cuadra que había pertenecido
en vida a sus padres y que ahora alquilaba a una pequeña familia a quienes no
cobraba más de lo mínimo por solidaridad o caridad o tal vez por evitarse
problemas. Eso sí, López leía cada tarde de tres a siete y luego veía una que
otra telenovela o tal vez no veía nada en la tele, solo hacía zapping entre
todos los canales, esa era su diversión.
Un día López va a la librería y ve un afiche
que anunciaba un concurso: éste consistía en escribir una revisión sobre el nuevo
libro de un famoso escritor francés, y el ganador quedaría impreso en la nueva
edición del libro que haría una casa editorial con fines de apoyo los niños
pobres. López no era usualmente el tipo de personas que se presenta a concursos
pero, cuando se dio cuenta de que se trataba de su nuevo libro de culto,
decidió hacerlo luego de pensárselo durante tres días con sus noches, y motivado
por su viejo librillo “Metafísica para la vida diaria”.
Un mes después López no era López, era López el
corregidor. Ni siquiera él supo cómo ni por qué se hizo tan famosa su revisión
que no ganó pero quedó en mención honrosa y fue por ello publicada en la revista
de literatura El buitre, junto con otra más. A partir de ello, los escritores
locales pedían a López leer sus libros y criticarlos a modo de medida por si
iban por el sendero de la literatura prudentemente huachafa de los dosmiles. ¿Y
el escritor francés? A él nunca le importaron las críticas. López leía ahora
por las tardes y también por las mañanas, haciendo pausas para ir a la
panadería o para improvisarse un almuerzo de soltero maduro. Era famoso, ni
dudarlo, ese era el cambio que le había prometido esa novelita francesa, esta
vez no me equivoqué, ha funcionado, soy importante, pensaba antes de dormir, y
luego dejaba que el sueño lo lleve al encuentro de su amiga cariñosa.
El final de esta historia es predecible. Un par
de meses más y la apatía de López le ganaron
a sus ansias de fama. Ya no quiso recibir a ningún escritorcillo peliagudo y
volvió a ensimismarse en la lectura. Todo fue a partir de que compró una novela
de un escritor chileno venido a menos, y ya no quiso salir de su casa ni comprar
el pan.
El tal López eh. Vamos a indagar conjuntamente
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