Cuando hay dos, uno traspasa el umbral y el otro mira de lejos. Se piensa entonces en caminos separados, en vias de trenes lejisimas de acercar, en brechas abriéndose paralelamente y separándose hasta formar dos ciudades, dos países, dos continentes bastante diferentes. Entonces se pugna por mandar cartas que se escriben mirando de lejos, y esas cartas no tienen color, como la gente. Cuando hay dos, no es necesario que haya soledad, se fija una estaca en el tiempo de la que penden las manos y de vez en cuando dos o tres perdidos e irreflexivos turistas mueven sin cautela, queriendo dañar tal vez un patrimonio histórico que se les cocina en la nariz. Pero la estaca es inamovible, resiste tanto nieve como lluvia, y sirve tambien para prenderle fuego y bailar a su alrededor.
Cuando hay dos hay también mil secretos en medio, secretos ya revelados y pidiendo descifrarse.
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