Salí de casa y caminé y caminé hasta que los
zapatos se me hicieron polvo. No había ni una sola mirada en el lugar donde
llegué. Me senté a esperar en una especie de sendero, luminoso y fresco.
Comenzó a llover y me trasladé bajo un árbol a dos metros y medio a la derecha.
Tenía hambre pero ya era tarde, lejos y oscuro. Un aullido crepitaba la espalda
del árbol contra mi espalda. Desperté en Puerto Eten.
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