Leímos a Baudelaire, Kafka y Arguedas. Profundizamos con las puntas de los dedos dentro de Chopra, Beauvoir y algunos pozos profundos del buen Adán. Se nos llenó de boca la saliva al querer hablar sobre Osho. Para que un día, a las once de la noche, rompiera el estallido. Y la biblioteca se volviera una enorme y paradójicamente hermosa fogata.
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