Cuando las diosas menstruamos el mundo se tiñe de rojo, y es cuando se une más que nunca para defenderse de nuestra incontrolable y devastadora furia.
Solemos dar largas caminatas a solas mientras el viento nos esupe en la cara con temor. Caminamos porque creemos que cada paso disipa un nosequé que se retuerce en nuestro ovario. Inmediatamente sentimos frío y corremos a la cama con un buen libro de Bryce o de Bayly.
Como es costumbre de las diosas hacer nuestra voluntad o lo que nos venga en gana, nos volvemos más enérgicas en estos días. Hablando más directamente, la tasa de accidentes se incrementa, y como consecuencia, la de muertes.
Realmente nos volvemos insoportables. Los humanos preparan sus casas para estar bien protegidos en vísperas de nuestra menstruación. A nosotras nos da risa, pero momentos después de percatarnos, prorrumpimos a llorar.
Muy en el fondo, a las diosas nos encanta menstruar.